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viernes, 30 de enero de 2015

«La carta: prácticas privadas y discursos literarios epistolares»

          Esperamos que se convierta en el próximo monográfico de Cuadernos de Ilustración y Romanticismo nº 25.

          La carta, en el periodo cronológico que abarca CIR, sigue siendo un género que practican reyes, aristócratas u hombres de letras en su vida cotidiana, pero se va a ir convirtiendo en un medio de comunicación indispensable entre los miembros de la burguesía, frecuentado paulatinamente también por las clases populares, según avanza su alfabetización. Experiencias particulares, negocios de política interior y diplomáticos, asuntos comerciales, noticias de viajes, todo un universo informativo y vivencial recorren estas cartas, cuya redacción ocupa durante horas a hombres y mujeres de diferente condición, edad y circunstancia. En todo caso, el atractivo con que abordaron el género algunas personalidades de esta época hizo que sus coetáneos se interesaran por su lectura y se demandara la edición de colecciones, como hizo en 1850 Eugenio de Ochoa al editar para la Biblioteca de Autores Españoles un Epistolario español, hito significativo para el estudio del género epistolar. Al mismo tiempo, los géneros literarios epistolares, tanto los fingidos como los derivados de correspondencias reales, experimentan una edad de oro en esa época, y lo mismo valen como vehículo de la novela, el ensayo o los libros de viajes, que constituyen el modo expresivo de la poesía o bien sirven de recurso para la dinamización o la suspensión dramática. Con el auge del periodismo, no serán pocas las que nazcan expresamente para insertarse en la prensa —donde tendrán una importancia tal que con frecuencia darán lugar al título de la cabecera del periódico—. En fin, una evidencia clara de la versatilidad de la carta y los epistolarios, que desde un punto de vista interdisciplinar pretende ser el objeto de estudio de este monográfico.
Fecha límite de entrega de los textos: finales de febrero de 2015.

domingo, 25 de enero de 2015

Agustina Torres, actriz en el Cádiz de las Cortes

         Como nos recuerda María Rodríguez Gutiérrez, Agustina Torres Aspas Yuste nació en Teruel en 1786. Huérfana de padre desde los cinco años, no pudo recibir una educación esmerada, ya que su madre quedó viuda con cuatro hijos y sin fortuna que la amparase. No obstante, Agustina desde muy niña sabía leer y destacaba por su capacidad para recitar largos pasajes de la literatura clásica, lo que posibilitó que las amistades de la madre vencieran la inicial resistencia de esta para que la hija se dedicase al arte dramático y debutaría en la isla de León (actual San Fernando, Cádiz) a la edad de 13 años.
         No mucho después llegaría a Cádiz, lugar de paso obligado para cualquier compañía dramática que se preciara, por la enorme afición teatral de una ciudad en la que durante el siglo XVIII habían existido  tres coliseos, el de comedia española, comedia francesa y ópera italiana.
         En 1807 la joven forma parte de la compañía de Manuel Arenas —el mismo vecino de Cádiz que junto con José Antonio Salinas había obtenido el arrendamiento en 1804 del teatro cómico de la Isla de León—, que sucede en Cádiz a Luis Navarro. En ella trabaja como primera actriz Mariana Mouton y Bermejo, que ya figuraba en el listado de actores de 1803 bajo la dirección de Navarro. En marzo de 1808 Agustina es una de los firmantes que reclaman los pagos que les adeuda Arenas, que dejará de contar con estos actores para la temporada siguiente.
         En 1809 Agustina se convierte en la Primera Dama de la Compañía, para entonces los franceses habían invadido la península, pero aunque las noticias bélicas no eran positivas, aún no había cundido el desánimo que llegaríacon la derrota de Ocaña en el mes de noviembre. El teatro sigue funcionando y el nombre de Agustina sirve como reclamo para la obra de Lope de Vega Obras son amores, no buenas razones el 24 de septiembre de dicho año.
         La fama le llega en los años de las Cortes de Cádiz cuando el 19 de marzo de 1812 recita en el teatro el monólogo «La Patria», que, como señala María Rodríguez, fue acompañado de un himno dedicado a la Constitución y conoció nuevamente el éxito con ocasión de recitar la oda de Beña, «La Libertad», recitada al estilo griego como prólogo a la tragedia Roma Libre» el 26 de junio de 1812, «en ocasión de celebrar los profesores cómicos la publicación de la Constitución de la monarquía española». Se hallará en los puestos de papeles públicos.  Estuvo en cartel cuatro días. Volvió a la escena al comenzar el año siguiente.
         El 21 de octubre de 1812 se estrena La Viuda de Padilla de Martínez de la Rosa. Alcalá Galiano en sus Anécdotas de las mocedades de Don Francisco Martínez de la Rosa, que la viuda fue interpretada por Agustina Torres, una «mujer de viva sensibilidad, instruida y de ideas que se avenían con las de la heroína a quien representaba». Según comenta, Martínez de la Rosa era de ella «muy amigo y también apreciador suyo»[1] y parece que su memoria lo espoleó a regresar a la ciudad gaditana desde Londres en 1813. 
         Al año siguiente, Agustina Torres sería embargada —esto es, reclamada— para representar en el teatro madrileño de la Cruz, por orden real, junto con su compañero Juan Carretero. En 1815 sería reclutada por Isidoro Máiquez para el teatro del Príncipe.


[1] Antonio Alcalá Galiano, Anécdotas de las mocedades de Don Francisco Martínez de la Rosa, BAE nº 84, pág. 84.
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